Así que me siento en el suelo, en la arena que se me mete por los bolsillos del pantalón vaquero, saco mi pequeño reproductor de música y me ajusto los cascos, tratando de pensar qué canción sería adecuada par este momento, como si yo mismo estuviera protagonizando la escena de una película y vosotros pudierais verme, ahí sentados en cómodas butacas y yo quisiera buscar la canción perfecta para vosotros, no para mí, para vosotros que no sabéis lo que es la playa en invierno ni cómo se siente, porque estáis sentados en esos cómodos butacones con la calefacción puesta y no podéis saberlo. Así que encuentro una canción adecuada y pulso el play y subo el volumen, mucho, para que todos podáis oírlo y haceros una idea de cómo me siento yo ahora. Y cambio la canción dos o tres veces, porque hasta yo, que nunca he estado en una playa en verano sé que las cosas no siempre salen bien a la primera.
Y entonces miro al frente y la veo allí y al principio no sé qué es, sólo que esta ahí, varada en la arena como uno de esos barcos de las fotos varados en la arena. Me acerco y la cojo con mis dedos fríos, una muñeca, una muñeca vieja a la que la falta un brazo, y sé que ha llegado hasta aquí empujada por las olas, y me imagino entonces a una niña en un barco, una niña pequeña, de unos seis o siete años, con sus rizos rubios, un vestido estampado y todo eso, y la pobrecita niña ve cómo la muñeca cae de sus manos al agua, y se hunde y vuelve a flotar, porque la muñeca es de plástico y el plástico flota y sabe, aunque es pequeña lo sabe, que esa muñeca la ha perdido para siempre, y pienso, yo pienso, que en ese preciso momento empieza a entender que la vida es eso, tener cosas, querer cosas, y ver que a veces se nos escapan de las manos para perderlas y no volverlas a ver, y que entonces sólo puedes recordarlas y pensar que si las hubieras cogido con más fuerza quizá no se hubieran ido nunca y aún las tendrías contigo, y no en manos de alguien como yo, alguien que no sabe demasiado bien de qué va la vida y que ni siquiera ha ido nunca a la playa en verano. Y aunque sé que la preciosa niña con sus rizos no está ahí, porque la he inventado yo, porque quizá esa muñeca ha llegado a la playa por un motivo completamente distinto que no conozco ni quiero conocer, yo veo a esa niña como vosotros, jodidos canallas, me veis a mí, sentados en esas cómodas cómodas butacas. Porque yo no sé seguro si vosotros existís y vosotros no sabéis seguro si yo existo, como tampoco yo sé seguro si la niña y la muñeca existe, como no sé seguro nada en este mundo.
Así que me pongo de pie y dejo la muñeca ahí, varada en la arena, porque a lo mejor no soy yo su destinatario, sino que está ahí esperando a los primeros turistas del verano, cuando la arena esté caliente y se hayan resuelto algunos de sus problemas y hayan surgido otros nuevos. Porque eso sí se seguro que pasará, como el invierno pasa al verano y el verano al invierno, como todo acaba sólo para volver a empezar.
Apago mi reproductor de música con la canción aún sin terminar y me sacudo la arena de los vaqueros y pienso que es hora de volver a casa. Y no me siento triste como parece que ha de sentirse alguien en la playa en invierno, porque ahora sé, como vosotros sabéis, que no puedes hacer nada con el invierno o el verano, que estarán ahí siempre, que ni siquiera el mar los puede cambiar, pero sí podéis cambiar vosotros. Y yo. Y podemos sentirnos tristes o alegres cuando queramos, que nadie puede decirnos nada de eso porque nadie salvo nosotros sabe cómo nos sentimos o lo que pensamos. O si tenemos calor o frío o amamos o nos sentimos solos. Nadie.
Me alejo hasta el paseo marítimo con las manos en los bolsillos porque hace frío, porque esta es la playa pero también es invierno, pero yo, y mi pobre corazón, llevamos ahora dentro una eterna primavera.
Me voy a la playa solo y ahora mismo.
ReplyDeleteSaludos