Me habían cazado. Era una cuestión de tiempo, eso ya lo
sabía. Tenía treinta y cuatro años y algunas entradas y canas, lo típico. Me
conservaba bien pero ya empezaba a atisbar el descenso que culmina en los
cuarenta y separa el grano de la paja. Los solteros de oro de los solterones
sin remedio. Los que habían conseguido evitar el matrimonio y aquellos que no
podrían alcanzarlo ni a tiros.Mi amiga Elena, del trabajo, claro, me cogió por
banda en un pasillo y comenzó a venderme las excelencias de su amiga Clara: Que
si es alta, que si es guapa, que si es muy simpática, culta, divertida...
cuando ambos sabemos que si está soltera a esta edad es porque tiene alguna
tara muy grande, tan grande como una de las mías, al menos. Pero no me deja
escapar. Es lo que tienen los pasillos de oficina, que han sido construidos
para no poder huir. Así que, entre presiones y halagos, acabo diciendo que sí,
que iré a tomar una copa con Clara el siguiente viernes.
Monday, June 25, 2012
Subscribe to:
Posts (Atom)