Me habían cazado. Era una cuestión de tiempo, eso ya lo
sabía. Tenía treinta y cuatro años y algunas entradas y canas, lo típico. Me
conservaba bien pero ya empezaba a atisbar el descenso que culmina en los
cuarenta y separa el grano de la paja. Los solteros de oro de los solterones
sin remedio. Los que habían conseguido evitar el matrimonio y aquellos que no
podrían alcanzarlo ni a tiros.Mi amiga Elena, del trabajo, claro, me cogió por
banda en un pasillo y comenzó a venderme las excelencias de su amiga Clara: Que
si es alta, que si es guapa, que si es muy simpática, culta, divertida...
cuando ambos sabemos que si está soltera a esta edad es porque tiene alguna
tara muy grande, tan grande como una de las mías, al menos. Pero no me deja
escapar. Es lo que tienen los pasillos de oficina, que han sido construidos
para no poder huir. Así que, entre presiones y halagos, acabo diciendo que sí,
que iré a tomar una copa con Clara el siguiente viernes.
Supongo que a ella le habrá hecho
una jugada parecida, y no puedo evitar preguntarme cómo me ha descrito. Porque
nadie en su sano juicio me describiría como alto, guapo o simpático. Pero si ha
sido completamente sincera con ella está claro que no habría querido tomar una
copa conmigo un viernes por la noche. La noche que destino a organizar las
películas porno en mi disco duro y pasar a DVD las que ya he visto muchas
veces.
Pero el viernes llega y mi amiga
Elena me levanta los pulgares y me desea suerte para la cita de esa noche. Y
entonces no tengo claro si está intentando endosarme a su amiga o si está
endosándome a mí a ella.
Putas las ganas que tengo de ir.
Pero he dicho que lo haría y sé los meses de quejas y reproches que me esperan
si incumplo mi palabra. Y es que dejando aparte el tema del sexo, mi amiga
Elena es lo más parecido que tengo a una pareja.
Me doy una ducha y plancho una
camisa. Me pongo vaqueros limpios y me echo una laca que pone mi pelo hacia
arriba durante no sé cuanto tiempo. Me afeito, lavo los dientes y me meto un par
de condones en el bolsillo. Los mismos que he llevado tantas otras noches y que
tantas otras noches he traído de vuelta a casa. Llego al bar diez minutos antes
de la hora y me pido una de esas bebidas de vaso raro y muchos colores porque
pienso que me hará parecer alguien exótico, no el típico tío que bebe un tercio
de cerveza tras otro, que es lo que suelo hacer de forma habitual.
Cuando aparece por la puerta la
reconozco por la foto que me enseñó Elena. Así que esta es Clara, me digo. Una
chica más o menos guapa, quizá no tan alta como me indicó mi amiga, pero aún
así con buen tipo y una bonita sonrisa. Entonces me llega la confirmación de
que debe tener una tara tamaño monumento, porque los hombres atacamos a este
tipo de mujeres en este tipo de locales.
Me ve, se acerca y me da dos besos, como si
fuésemos viejos amigos. Ella también se ha duchado y huele bien. Los dos
estamos preparados para lo que venga.
Se pide un tercio de cerveza y nos
trasladamos a una mesa vacía en un rincón con poca luz, muy chic, como manda la
ocasión. Ella empieza:
- Mira Carlos, creo que
deberíamos dejar un par de cosas claras antes de empezar, ¿te parece?
-
Sí, claro.
-
Sólo he venido porque
Elena se puso muy muy pesada. Pero no me gustan estas cosas, me aburren.
Pareces un tío simpático, o al menos eso me ha dicho Elena, y no quiero te
montes una peli con todo esto. Nos tomamos dos cervezas, hablamos un poco y lo
dejamos estar. Mañana llamamos a Elena y le decimos que fue algo agradable pero
que no surgió esa chispa que hace todo más especial. Entonces cada uno por su
lado y los dos felices como perdices. Yo vuelvo a mis cosas y tú a lo que
quiera que suelas hacer, ¿vale?
Me giro al camarero y le pido un tercio de
cerveza.
-
Por mí vale –le
contestó.
-
No me entiendas mal.
Es que me agotan estas cosas. La conversación, las anécdotas, el hablar de la
familia, preguntarnos si tenemos hermanos, si somos o no de relaciones
largas... buf, es terrible. La mayoría de las noches acabas follando sólo para
no sentir que has perdido el tiempo. Y a veces ni eso. Luego la cama, apagar la
luz y preguntarte qué coño estás haciendo con tu vida...
La interrumpo.
-
Que tienes treinta y
cuatro años y a esa edad tu padre ya tenía tres hijos. Que ya te has
concienciado que tus sobrinos van a ser lo más parecido que vas a tener a una
descendencia y que ha llegado un momento en que te encuentras mejor solo que
bien acompañado.
Ella, que se estaba llevando el botellín a
los labios se ha quedado a medio camino. Lo baja fuerte y golpea la mesa.
-
Joder, eso es.
-
Que los dos
estaríamos mejor con la rutina de los viernes.
-
La rutina de los
viernes... qué buena expresión. Nunca se me habría ocurrido llamarla así.
-
¿Y cómo la llamarías?
-
No lo sé, no le
pondría un nombre. Sólo lo hago.
Entonces ella me cuenta que le gusta ver una
película y comerse medio litro de helado de dulce de leche por el que sabe que
se sentirá culpable al día siguiente, pero lo hace igual. Yo le cuento lo de
ordenar el porno pensando que se va a ofender, pero ella en cambio sonríe y
bebe de su cerveza.
-
Elena y otras amigas
me regalaron un dildo hace un par de años.
Yo pregunto qué es un dildo y ella me
explica la diferencia entre un dildo y un consolador, que por supuesto yo
desconocía.
-
Lo hicieron como una
broma porque llevaba mucho tiempo soltera, pero la verdad es que es el regalo
al que más provecho le he sacado en mi vida, creo.
Le pregunto si utiliza algún material
audiovisual como soporte de la experiencia, pero me dice que con la cama, poca
luz y algún disco tranquilo no lo necesita. Qué diferentes son, me digo.
Pedimos otras dos cervezas, y lo que ha
dicho antes me hace preguntarme si serán las últimas para dar por cumplida la
noche.
Le pregunto por qué se ha puesto guapa para
esta noche si ya venía a darla por perdida.
-
Bueno, tampoco soy
ninguna mamarracha, ¿sabes? Además, imagina que resulta que todo lo que me ha
dicho Elena de ti es verdad y sólo por eso pierdo la oportunidad.
Eso debería resultarme ofensivo, pero por
alguna razón, quizá el tono natural con el que lo ha dicho, no me lo parece.
-
¿Qué te dijo para
convencerte?
-
No, nada especial. Me
habló bien de ti, claro. Me dijo que al principio eras un poco áspero, pero que
era sólo una pose aprendida. Me aseguró que en el fondo eras un tipo muy dulce.
Pero lo más importante, lo que me convenció, es lo que dijo de mí.
No necesito preguntar más para que continúe.
-
Ya sabes, lo de que
me estoy haciendo mayor, que ya no estaré mejor que ahora, que la gravedad
juega ya en mi contra y que si sigo así voy a acabar comprándome cuatro gatos y
a darme oficialmente por vencida. Y en cierto modo resultó, no creas. Elena me
conoce mucho. Me asusté un poco. Por eso vine.
-
¿Y lo de que era para
que te dejara en paz?
-
Eso lo pensé luego,
en casa, ya más calmada. Mi tía tiene cuatro gatos, ¿sabes? Y es soltera. Y esa
imagen me hizo preguntarme cuánto lo habría intentado ella, en qué momento se
dijo: Hasta aquí.
-
¿Y lo sabes?
-
No, claro que no. Es
mi tía y la quiero. No voy a preguntarle eso. Prefiero pensar que nunca le
llegó el hombre adecuado y todo eso.
-
Es más educado.
-
Es más seguro. Para
mí, digo. Porque si le pregunto y ella me dice que todavía lo sigue intentando,
pese a los gatos, y yo ya he desistido, ¿en qué lugar me deja eso? Joder,
prefiero no decir nada.
-
La ignorancia es la
felicidad.
-
No, la ignorancia es
lo que nos hace avanzar otro día. Imagina enterarte de todas esas certezas que
te aterran en un mismo día. Vamos, ni loca quiero eso.
Entonces me pregunta por qué he venido yo.
-
Bueno, está siempre
la posibilidad real de echar un polvo, claro. Pero, aparte de lo de Elena, no
sé, me gusta pensar que todavía juego algún juego de vez en cuando, que sigo en
el mercado, aunque no sea del todo así. Porque cuando tienes la oportunidad
real de hacer algo, sabes que vas a pasar toda la noche sintiéndote culpable en
casa si no lo haces. Mira, hasta he traído dos condones.
Los pongo sobre la mesa, al lado de los dos
primeros botellines vacíos. Ella los coge y los mira un momento.
-
Al menos no están
caducados.
-
Ya, porque tardan un
huevo en caducar. Hace un año y medio que no hecho un polvo.
Lo digo sin ruborizarme porque me da igual,
porque los dos parecemos tener claro ese extraño juego que estamos jugando.
Pero sé que no habría admitido algo así ante un amigo ni de coña. Ante ningún
amigo. Y sobre todo ante Elena.
-
¿Y tú? –pregunto.
-
Once meses. Pero ya
sabes que para una tía es más fácil.
-
Joder, al menos tú lo
admites.
-
Ya, pero fue una
mierda de polvo. Uno de esos que hace que se te quiten las ganas para una buena
temporada. Y es que a veces los tíos vais a los vuestro y os da igual lo demás.
-
Sí –contesto-, la
verdad es que algunos somos la puta peste.
Ella se ríe y da otro trago a la cerveza.
Uno largo.
-
“Somos” –dice-. ¿Te incluyes?
-
Yo me incluyo
siempre.
Entonces ella me mira un momento, como
sopesándome. Y entonces me dice:
-
¿Otra cerveza?
La tercera.
-
Claro –contesto.
-
No suelo beber tan
rápido –dice ella.
-
Ni yo tan lento.
-
¿Lento?
-
Cuando quedo con una
chica siempre es mejor tomarse un par de copas para soltarse un poco. Pero si
tomas cervezas y cervezas te pasas la noche yendo al baño y eso corta un poco
el rollo. Suelo tirar por dos gin tonics bebidos rapidito que me ponen a tono.
-
Yo soy más de vino.
Como todas, supongo.
Entonces deja el tercio de botella en la
mesa y me cuenta como ella y Elena se toman un par de copas de vino para
relajarse que siempre acaba convirtiéndose en una botella de vino y cómo al
salir de fiesta todos los chicos son un poco más simpáticos. Y yo apuesto a que
eso no se lo cuenta a todos.
La tercera cerveza se convierte en una
cuarta y la cuarta en una quinta. El camarero se nos queda mirando cuando nos
reímos y le pedimos más cerveza, divertido con nuestra situación. Llegado un
punto, ella golpea la mesa fuerte con el culo de su vaso y casi grita:
-
Bueno, ya está. Es mi
última.
Y entonces me mira y dice:
-
¿Follamos?
Yo casi me atraganto cuando le digo:
-
Pero... ¿es una de
estas cosas de follar para no pensar que has estado perdiendo el tiempo?
-
No, yo qué sé... me
apetece, y hacía tiempo que no me apetecía. Quizá son las cervezas o algo. ¿No
te apetece?
-
Sí, claro, es que no
me lo esperaba. ¿Así, de pronto?
-
Bueno... podemos
besarnos ahora.
-
¿Aquí, ahora?
-
Claro.
Yo levanto los hombros, dejo mi botellín y
me acerco hasta un par de centímetros de sus labios, dejando que ella recorra
el resto. Entonces el sabor de su cerveza se mezcla con el sabor de mi cerveza
y quizá sea sólo eso, un beso de cerveza. Se separa y me mira.
-
¿Quién vive más
cerca?
Yo vivo más cerca. Acordamos que yo pago las
cervezas y ella el taxi. Por un momento parecemos una pareja organizada.
Cuando subimos en el ascensor nos miramos
nerviosos. Siento que la laca de mi pelo ya ha dejado de hacer efecto, pero
ahora no parece importante. Entramos por la puerta y le ofrezco una copa de
vino.
-
Ya no, Carlos.
Se abalanza sobre mí y me besa con furia.
Comienza a arrancarme la ropa y yo hago lo mismo, dejando un rastro de prendas
que marcan el camino hacia el dormitorio.
Y allí nos acostamos. Siempre es algo raro
cuando primero lo imaginas haciendo con alguien y después pasa. No es que yo
haya tenido mucho tiempo para imaginar nada, pero creí que sería algo distinto.
Menos tierno. Por un momento cruza por mi mente el pensamiento de que nadie la
ha abrazado en mucho tiempo. Cuando acabamos entrelazo mis brazos con los suyos
y nos quedamos así mucho tiempo, anudados uno con el otro. Su respiración se
acompasa con la mía y parecemos un ser de muchos brazos y piernas.
-
¿Te importa que me
quede? –me pregunta bajito, tanto que apenas puedo oírlo.
-
Claro que no.
Quédate.
Y se queda esa noche. Y cuando la mañana llega
nos pilla aún así, enredados con los miembros dormidos. Cuando me despierto me
quedo sin decir nada, dejando que los rayos del sol que se cuelan por la
persiana iluminen las pequeñas depresiones de su piel y arranquen destellos de
su pelo ya despeinado. Lo bien que huele. Lo bien que estamos.
Entonces ella se levanta y se viste con el
deje de timidez de la mañana siguiente. Me dice que se tiene que marchar.
-
¿No quieres desayunar
primero?
-
No, tengo algo de
prisa. No pensé que fuera a pasar esto.
-
Ni yo.
Ella se gira, me sonríe un poco y recorre la
línea de mi mandíbula con su dedo.
-
Ha estado bien.
-
Sí, lo ha estado.
No digo que ha estado más que bien. No digo
que ha sido alucinante. No digo nada.
Nunca digo nada.
-
No le cojamos el
teléfono a Elena hasta el lunes, ¿vale? Que sufra un poco.
Me da un beso en los labios y se marcha
cerrando la puerta con cuidado, dejando tras de sí un poco de su olor en las
sábanas y a mí, desayunando en la mesa de la cocina y recordando punto por
punto la historia desde que le dije a Elena a regañadientes que quedaría a
tomar una copa con su amiga Clara.
Con la que me he acostado sin saber nada de
su trabajo, padres o hermanos.
Elena me llama un par de horas más tarde,
pero no se lo cojo, tal como convine con Clara. El lunes en la oficina me
vuelve a pillar en uno de los pasillos no diseñados para huir y me pregunta qué
tal todo.
-
¿No te ha dicho nada
Clara?
-
No me lo coge, la
cabrona. Es que a veces se pone muy rarita.
Eso no me lo dijo cuando me convenció para
ir a tomar una copa con ella.
-
Bueno, ¿qué? ¡Dime!
He organizado esto y nadie me cuenta nada.
-
Pues fue agradable
–le digo-, nos lo pasamos bien. Tomamos un par de cervezas pero creo que no
surgió esa chispa que lo convierte en especial.
-
Ya... ¿seguro? A
veces es mejor probar algunas veces por si no salta a la primera.
-
Creo que es mejor
dejarlo así. Oye, al menos lo hemos intentado.
-
Sí, eso sí.
Prefiero decirle eso a contarle la verdad.
Me sostengo en ese placer egoísta de quedarme para mí todas esas sensaciones.
Además Clara no le ha dicho nada, y prefiero que le de ella la primera versión
de esa noche.
Cuando consigue hablar con ella, Clara le da
la misma versión que yo, lo que me hace preguntarme qué paso debo dar a
continuación, si quiero dejarlo ahí y esperar que ella me llame (si es que
llama) o lanzarme yo a la piscina. Y como tengo treinta y cuatro años y grandes
taras, la llamo. Pero no me lo coge. Dos días después me llama ella, pero yo,
aterrado, no se lo cojo. Me deja un mensaje en el buzón de voz tal que así:
<< Hola, soy Clara. Parece que no nos
pillamos. No sé, te llamo o hablamos luego, si eso.>>
Y entonces soy yo el que la llama y cuando
no me lo coge le dejo un mensaje de esta guisa:
<< Hola, aquí Carlos. Que nada, que no
hay manera. A ver si lo conseguimos en algún momento. Un beso>>
Y cuando conseguimos hablar , casi una
semana después de aquella primera noche, nos decimos esto:
-
¿Quieres quedar otra
vez? –le digo.
-
Sí, puede estar bien.
-
Muy bien, ¿dónde?
-
¿Mi casa?
-
Vale.¿Cuándo?
-
¿Mañana viernes?
El viernes. El día de nuestra rutina.
-
Muy bien, el viernes.
Me da la dirección y fijamos una hora.
Cuando llega el viernes comienzan a entrarme
las dudas. Ya no sé cómo vestirme ni si debo o no echarme laca para ponerme el
pelo alto. Tras muchas dudas me pongo unos vaqueros y una camisa por fuera, un
par de zapatos y salgo por la puerta. Cojo otro par de condones de una caja que
parece sorprendida de verme otra vez.
Ella abre la puerta. No es como la otra vez. Lleva
unos vaqueros viejos y unas zapatillas de andar por casa. Cenamos algo ligero
en el salón y cuando parece que vamos a pasar a la acción, ella se sienta en el
sofá y da un par de palmadas en el cojín, indicándome que me siente. Entonces
pone una película y mientras los títulos comienzan a asomar en la pantalla da
un salto y corre a la cocina.
Vuelve y se sienta con un bote de medio
litro de helado de dulce de leche y dos cucharas.
-
Así son mis viernes
–me dice.
-
Está bien –contesto-.
Me gusta.
-
¿Has ordenado tu
porno antes de venir?
La verdad es que en toda la semana ni
siquiera se me ha ocurrido pensar en el porno que debe ya haber bajado en la
carpeta descargas.
-
No. –digo-. Pero lo
puedo hacer mañana.
-
Estupendo –contesta.
Clava su cuchara en el helado y comienza a
ver la película. Yo la sigo.
Supongo que mañana ya no se sentirá tan
culpable.
© Santiago Pajares. 20 de Mayo de 2012
Según lo leía veía otro Berlín. Pues te conocí a través del corto. El ritmo, la narración en primera persona, pero en este, el final es radicalmente distinto, más cínico. Aunque el tío podía ser un poco más decidido y dar su opinión, o tomar un papel más activo, parece que está para contentar a los demás, sea Elena o Clara. En resumen, me ha gustado, aunque en el fondo uno se esperaba un final más convencional o abierto a alguna posibilidad futura. Si, lo se, soy un romántico. ;)
ReplyDeleteSandgal, ser romántico no es un defecto. En este mundo en que vivimos, es una virtud a conservar. Fdo: Santiago
DeleteMagistral como siempre querido amigo, aunque sabes que no soy objetivo porque soy un fan incondicional. Espero tu próximo libro con un ansia reprimida.
ReplyDeleteUn fuerte abrazo
Héctor (Compinches)
Héctor, trabajo mucho en el nuevo libro, pero como sabes, al igual que en una canción, a veces es cuestión de saber cuándo dejar de cambiar acordes.
DeleteEl final... podría ser el comienzo de algo nuevo. Abierto y esperanzador.
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