- ¡Échale huevos, enano!
Y me empuja. Yo trato de mantener mis pies
aferrados al suelo, pero él es mucho más grande. No sólo él, todos son más
grandes.
Una línea de tierra marca el límite de a
donde puede llegar el perro del bedel atado a su cadena. Una línea arrancada al
césped por docenas de alumnos que se apostan allí y esperan a que el perro
furioso se lance contra ellos para quedar detenido a escasos centímetros,
ladrando y masticando el aire cercano a sus genitales con sus mandíbulas.