Le pregunté cómo se llamaba. Ya llevaba hablando con ella
un rato y se me hacía raro no saber su nombre.
-
Me llamo L.
-
¿L? ¿Nada más?
-
Nada más –contestó.
Y se quedó callada como si ese “nada más” lo
explicara todo. Era pequeña y calzaba botas altas de suela muy gruesa, de esas
para matar bichos. Tenía un pendiente en el labio que le hacía hablar con un
deje extraño, como si fuera extranjera.
Yo tenía dieciséis años. Ella aparentaba
doce mal llevados.
-
¿Y tú? –me preguntó.
-
Carlos.
-
¿Nada más?
La miré y sonrió. Tenía una forma rara de
sonreír, con aquel pendiente colgando. Entonces supe que nos llevaríamos bien.
Yo llevaba una bolsa de pipas y las íbamos comiendo al tiempo que tirábamos las
cáscaras al suelo del parque.
-
¿A qué hora te tienes
que ir? –quise saber.
-
A ninguna. No tengo
hora.
Yo me extrañé. Todos teníamos hora. Todos
teníamos que cenar.
-
¿No cenas?
-
No me gusta mucho
comer. Mi madre y yo siempre andamos a la gresca con lo mismo.
-
Bueno, si no fuera
eso, sería otra cosa.
-
Tú lo has dicho
–contestó.
Iba al colegio María Isabel, al otro lado
del barrio. Yo iba al Santa Margarita, un par de calles más allá. Era raro
hablar con alguien de otro colegio, que supieras que tenía otros profesores.
Que escribiera en otras pizarras. Como hablar con alguien de otro planeta. Tan
distintos pero todos basados en el carbono.
-
Mira eso- señaló.
Un perro se vino hacia nosotros. Un perro
pachón de patas cortas y orejas largas. Detrás de él, como el viento tras la
tormenta, un chico. Diecisiete años y zapatillas caras.
-
¿Es tuyo? –pregunto
L.
-
Claro –dijo el
chico-. ¿Te gusta?
-
Me encantan los
perros.
Y comenzó a acariciarlo. Yo quise decirle
que dejar de hacerlo, que ese perro no era suyo, y a él que nos dejara en paz,
que esa chica no era suya. Pero no lo dije y ninguno pudo hacerme caso.
-
Él es Carlos –dijo
L., sin dejar de acariciar al perro.
El chico me tendió la mano, muy adulto. Yo
se la apreté, qué podía hacer, pero él me la apretó más. Muy adulto. Sonrió y
dijo:
-
Yo soy Manuel.
-
Ella es L. –apunté
yo.
-
¿Nada más?
-
Nada más –me apresuré
yo a decir. L. no levantó la vista en ningún momento.
Se quedó un buen rato hablando
con nosotros, es decir, con L. Yo me limitaba a sentirme incómodo y a asentir
de vez en cuando. Él estaba en último curso, y ella en segundo. Cuatro años de
diferencia. Y pese a la diferencia de edad y que asistían a distintos colegios,
él supo encontrar todos los temas de conversación que yo no pude. Hablaron de
asignaturas, de ropa, de grupos musicales que yo desconocía. Yo estaba allí,
aumentando las cáscaras de pipas a mi alrededor.
Llegado un punto nos dijo que
se tenía que marchar.
-
Tengo qué hacer
–anunció.
Claro que tenía que hacer.
Tenía que cenar. Como todos. Todos menos L.
Le tendí la mano al
despedirse. Intenté apretar fuerte, pero él apretó más.
Entonces ella y yo continuamos con lo
nuestro. Yo no sabía de ropa ni de
grupos musicales. Yo no sabía apenas de nada.
-
Vaya chico –dijo.
-
¿Por?
-
Ha mandado el perro
hacia aquí para conocerme. ¿No lo has visto?
-
No.
-
Pues lo ha hecho.
Pero es tonto. Me gustas más tú. No hablas mucho, y eso siempre es bueno. Le da
a una tiempo para pensar.
-
Ya –contesté yo,
buscando desesperado una respuesta- . ¿Te gusta pensar?
-
No hago otra cosa.
-
¿Y en qué piensas?
-
Una amiga mía tiene
un canal de videos donde cuelga las canciones que toca con la guitarra.
-
Ah, qué chulo.
-
¿Tú crees? A mí no me
gusta. Siempre está hablando de las visitas, de cual es el video más visto. Si
de verdad le gustara tocar la guitarra, la tocaría, pero no se lo enseñaría a
nadie, ¿no? Es lo que yo haría.
-
¿Pero tú tocas?
-
No. Pero si lo
hiciera, lo haría en mi cuarto, con apenas luz para ver las cuerdas de la
guitarra. Porque sería algo mío. Mi canción, mi música. No puedes compartir
todo lo tuyo con los demás, ¿no crees?
-
Claro, porque
entonces no te queda nada.
-
¡Exacto! –gritó, y se
giró y me sonrió-. ¡Eso es! Tú lo entiendes. Pero ella no. Porque ella sólo
quiere más visitas. Como si eso sirviera para algo. Eso no tiene nada que ver
con la música. No tiene nada que ver contigo. Ni conmigo. Porque nosotros no
somos así.
Dijo “Nosotros” como si fuésemos algo. Una
pareja, o amigos muy cercanos. Como si formásemos un grupo los dos solos. Me
gustó cómo lo dijo.
-
¿Nunca has pensado en
tomar clases de guitarra?
-
No puedo.
-
¿Por?
-
No tengo paciencia.
Soy una de esas chicas que no tienen paciencia para nada. Y así me va, claro.
Sin saber tocar la guitarra. Pero hay otras cosas.
-
¿Cómo qué?
-
Bueno, no sé.
Entonces no lo sabía, pero ahora lo sé.
Éramos muy jóvenes para saber nada.
-
¿Tú haces algo?
-
¿Algo de qué?
-
Algo aparte de ir al
colegio. Si juegas al fútbol o construyes maquetas o lees libros...
-
Cómics –respondí yo-.
Me gustan los cómics.
-
A mi hermano también.
Y me río de él por eso, pero contigo no lo haré.
-
Bueno, gracias.
-
Sólo lo hago por
chincharle. Ya sabes, cosas de hermanos.
-
Sí.
-
Él me chincha con
otras cosas. Y es un chivato. Pero es mi hermano y en fondo yo me moriría si a
él le pasara algo, ¿sabes? Es así. Pero eso no quiere decir que nos llevemos
bien.
-
¿Es mayor o menor que
tú?
-
Un año menor. Creo
que mi madre se quedó embarazada casi después de mí. ¿Tú tienes hermanos?
Le hablé de mis dos hermanos, y de cómo
compartía habitación con uno de ellos. Le hablé de los posters que ocupaban su
pared y de mi estantería de comics. Y ella escuchaba. Me refiero a que se
quedaba allí y me miraba fijo y me escuchaba, no esperaba para hacer nada más.
Y eso era algo que no me había pasado nunca.
Empezaba a hacer algo de frío, pero yo me
aguanté. Me dije que si ella no decía nada, yo tampoco lo haría.
-
¿Tú no estás deseando
que tengamos edad para empezar a beber?
-
Bueno, nunca lo había
pensado –respondí-. ¿Por qué?
-
No vamos a estar toda
la vida comiendo pipas, ¿no? Pero sé que habrá que tener cuidado. Un par de
chicos de mi colegio ya han tenido problemas. Y es que se lanzan a todo, y eso
no puede ser.
-
Hay que tener
cuidado, sí.
-
Tú sabrías
controlarme, seguro, Me dirías: L., ya has bebido demasiado. Y me cogerías del
brazo y me llevarías a casa. Y yo pasaría todo el camino diciéndote: Carlos,
eres un aguafiestas. ¡Lo estábamos pasando bien! Pero no sería verdad. Tú lo
sabrías y por eso me llevarías a casa. Tienes pinta de saber ese tipo de cosas.
Y entonces me dejarías en mi portal y me dirías: Buenas noches, L. Descansa. Ya
hablaremos. Y te irías. Y yo me quedaría en el portal viéndote marchar y me sentiría
fatal, porque es terrible ver a alguien
marcharse. Es lo peor que te puede pasar.
-
Lo haría por tu bien
–contestó yo.
-
Todos hacen todo por
nuestro bien. Pero a lo mejor eso no es lo que necesitamos. A lo mejor
necesitamos que nos salgan las cosas mal de vez en cuando. Para eso bebería yo.
Yo no supe qué contestar así
que no dije nada. Pero creo que eso era lo que ella quería. Soltarlo y sentirse
bien. A mí también me había pasado.
-
Oye, me tengo que ir
–me dijo de pronto-. Si llego más tarde, mi madre me va a matar.
-
Sí, yo también
debería ir yéndome.
-
Además empieza a
hacer frío.
Me miró un instante, quieta, y sonrió. Una
sonrisa dulce.
-
Oye, ¿te puedo besar?
Yo tardé en contestar.
-
Eh, claro.
Se acercó
hasta que las puntas de nuestras narices se tocaron. Entonces giró la cara y
apoyó sus labios en los míos. Los movió hasta envolver mi labio inferior con
los suyos. Sentí su pendiente contra la punta de mi lengua.
-
Sabes salado –me
dijo-. ¿Sabes? Nunca había besado a nadie. No está mal.
-
¿Y por qué yo?
-
No íbamos a comer
pipas toda la vida...
Esta vez fui yo el que sonrió.
-
Nos veremos por aquí,
¿no?
-
Eso espero
–contesté-. Claro.
-
No me cambies
mientras tanto, ¿vale?
Y se dio la vuelta y comenzó a andar. Yo la
miré alejarse y la entendí. Ver a alguien marchar es lo peor que te puede
pasar.
Llegué tarde a la cena y mis padres me
echaron la bronca, pero no me importó. En ese momento estaba en una nube de la
que me costó tiempo bajar. Yo tampoco había besado nunca a nadie.
No la volví a ver nunca más. Ni en el parque
ni siquiera a la salida de su colegio a donde fui un par de veces.
Aún hoy la recuerdo y sólo deseo que no esté
bebiendo por ahí.
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