Este es el primero de los dos cuentos que escribí para el Festival de relatos Kikinda Short 10.
"El cuento"
Él siempre le había exigido demasiado a su escritura. Con
el paso de los años, había sumado todos los premios inimaginables, incluido el
tan ansiado Nobel, pero en su interior siempre pensó que podía escribir mejor.
Usaba aquella certeza como una zanahoria que ponía delante de él para trabajar
más duro. Siempre llevaba un cuaderno donde aprovechaba las pausas en los
viajes para escribir pequeñas historias. En uno de ellos se encontró en un tren
Lyon-París con unas pocas horas libres. Abrió el cuaderno y con su pluma de la
suerte comenzó a desgranar una historia que le llevaba rondando la cabeza un
par de días. Cuando el tren arribó en la estación de trenes de París, supo sin
duda que aquel relato era lo mejor que había escrito nunca, que aquellas
palabras eran la destilación de sí mismo como escritor, su obra maestra.
Permaneció un momento en el asiento, con el cuadernos apretado contra su pecho.
A la mañana siguiente, en el hotel, hizo que
le subieran una máquina de escribir para transcribir él mismo el relato. Abrió
el cuaderno y comenzó a pasar páginas, pero no logró comprender una palabra. El
movimiento del tren, sumado a su ya famosa mala caligrafía se habían aliado
para convertir las palabras en unos trazos ininteligibles. Pasó dos días sin
salir del cuatro, tratando de resolver aquel jeroglífico. Le llevó el cuaderno
a su secretaria, que tampoco logró comprender nada. Después a los especialistas
calígrafos y descifradores de códigos. Poco a poco, mientras los fracasos se
sucedían, el escritor comenzó a caer en una profunda depresión, abatido como
cuando perdió a un hijo en la guerra. Para sorpresa de todos, no volvió a
escribir nunca una palabra más, ni a montar en ningún otro tren para impartir
ninguna conferencia. Murió tres años después, solo y dejando lectores huérfanos
en todo el mundo. Nadie prestó atención a aquel cuaderno, que permaneció
décadas olvidado en un cajón entre sus pertenencias, pasando de mano en mano,
primero a su esposa, después a sus hijos, después a sus nietos y sus biznietos.
Hasta que uno de ellos vendió el lote completo a un trapero que lo acabó
regalando a un chico de doce años que conocía. Aquel chico, en una soleada
mañana, se sentó en el borde de una fuente y comenzó a leer de corrillo,
comprendiendo cada palabra, inmerso hasta acabar el relato. Entonces, entre
toda la multitud, rompió a llorar y supo que su vida, desde ése mismo instante,
había cambiado para siempre, sin que nadie que no fuese él se hubiese dado
cuenta.
© Santiago Pajares, 2015
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